VICTORIA KENT, ABOGADA

Victoria Kent fue una de las figuras femeninas más destacadas de la historia siglo XX. Fue pionera en muchas de las cosas a las que se dedicó con profunda entrega y determinación. Primera mujer en ser colegiada como abogada, primera mujer en participar como tal en un consejo de guerra y primera mujer en ocupar un cargo político al asumir la Dirección General de Prisiones. En su exilio forzado por la Guerra Civil, cuidó del bienestar de los más indefensos, los niños. Curiosamente, a pesar de ser una mujer defensora de su género, se negó a defender el sufragio femenino. 

De un hogar liberal a un consejo de guerra
Victoria Kent Siano nació en Málaga el 3 de marzo de 1889 en el seno de una familia liberal. Su padre, José O'Kent Román, era un comerciante de ascendencia inglesa, y su madre, María Siano González, era ama de casa. Era la tercera de cinco hermanos, todo varones menos ella, quienes cuidaron de su única hermana con gran cariño. La infancia de Victoria transcurrió tranquila en el barrio malagueño de la Victoria.

Victoria recibió su primera formación de manos de su madre, quien le enseñó a leer y escribir, hasta que la familia contrató a profesores particulares y posteriormente se matriculó en la Escuela Normal donde se sacó el título de maestra. En 1916 se trasladó a vivir a Madrid para empezar sus estudios universitarios en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid. En 1924, tras haber obtenido la licenciatura en derecho, conseguía también el doctorado y se convertía en la primera mujer en ingresar en el Colegio de Abogados. En los años que vivió en la capital, Victoria se instaló en la Residencia de Señoritas que dirigía María de Maetzu, otra gran mujer de su tiempo y de quien aprendió mucho y con quien colaboró estrechamente. Primero ocupándose de la biblioteca de la residencia y posteriormente participando con María en la fundación del Lyceum Club Femenino, una institución de la que nacería la Casa del Niño, una de las primeras guarderías de nuestro país. 

Victoria Kent continuó ejerciendo como abogada durante los años siguientes. Pero fue su intervención en el Consejo Supremo de Guerra lo que le dio un mayor prestigio. Fue en el año 1931 cuando dicho consejo juzgaba al Comité Revolucionario Republicano. Victoria asumió la defensa de Álvaro de Albornoz convirtiéndose en la primera mujer que participaba en un consejo de guerra. 

Revolucionando las prisiones
Aquel mismo año, meses después, Victoria Kent fue elegida por el presidente de la república, Alcalá-Zamora, como Directora General de Prisiones, cargo ocupado por primera vez por una mujer. 

Durante los tres años que ocupó el cargo, Victoria tuvo un objetivo principal, dignificar y humanizar las prisiones así como priorizar la inserción por encima del castigo. Entre las distintas medidas que tomó para conseguir sus fines, se encuentran la mejora de las instalaciones, de la comida, la libertad de culto y la sustitución de las religiosas por funcionarias civiles formadas para ejercer su tarea en las prisiones.

Quizás el gesto más significativo fue la eliminación de grilletes y cadenas que recogió para fundirlos y erigir una estatua en honor a otra gran mujer, Concepción Arenal. 

En contra del sufragio femenino
La proclamación de la República en 1931 trajo consigo muchos avances liberales en lo que a leyes en favor de las mujeres se refiere. Una de ellas fue el sufragio femenino, defendido fervientemente por la diputada Clara Campoamor pero rebatida, curiosamente, por Victoria Kent. Ambas mujeres protagonizaron encendidos debates en el parlamento. Clara, como representante del Partido Radical, creía que el sufragio femenino era un paso necesario para avanzar en el camino de la emancipación de la mujer. Victoria, del Partido Radical-Socialista, por su parte, creía que la mayoría de mujeres aún no estaban preparadas para ejercer el voto. Primero había que formarlas y alejarlas de la influencia de la iglesia y de las clases conservadoras. En este sentido, Victoria estaba convencida de que si se aprobaba el sufragio femenino, el triunfo de la derecha estaba asegurado. No se equivocaba, la derecha ganó en las primeras elecciones en las que participaron las mujeres en 1933, aunque puede que la razón no fuera tanto la inclusión del voto femenino como la profunda división de la izquierda. Sea como fuere, ninguna de las dos mujeres salió elegida como diputada.

Madame Duval
Con el estallido de la Guerra Civil española, como muchos otros republicanos, Victoria marchó al exilio. Su primer destino fue París. Antes de marchar hizo distintos llamamientos a la población para que no abandonaran a los niños de los soldados que debían luchar en el frente. A muchos de ellos los acompañó en su evacuación hacia las provincias del norte para poder pasar la frontera. Debido a su dedicación, Victoria fue nombrada Primera Secretaria de la embajada española en París para que pudiera hacerse cargo de los niños refugiados. 

Victoria dedicó todos sus esfuerzos a los exiliados en la capital francesa hasta que empezó la Segunda Guerra Mundial y se instaló el Gobierno colaboracionista de Vichy. Victoria se refugió en la embajada mexicana donde permaneció un año hasta que la Cruz Roja le proporcionó un piso en el barrio del Bosque de Bolonia. Allí permaneció hasta 1944 con una identidad falsa. Aquellos años, convertida en "Madame Duval", Victoria escribió Cuatro años en París, un libro de marcados tintes autobiográficos. 

El largo exilio
En 1948 Victoria marchó a su nuevo destino en el exilio. Esta vez a México donde permaneció dos años trabajando en la creación de la Escuela de Capacitación para el personal de prisiones. En 1950 marchaba a Nueva York a petición de Naciones Unidas, institución que reclamó su presencia y su experiencia en temas de prisiones. Fue en Estados Unidos donde vivió su más largo exilio. Allí fundó la revista Ibérica por la Libertad dirigida a todos los exiliados que como ella permanecían lejos de su patria.

En 1977, casi cuarenta años después de marchar a Francia, Victoria Kent volvía a España donde fue recibida con cariño por todos aquellos que admiraron su labor. Pero Victoria terminaría sus días en su patria de adopción, los EEUU, donde moriría con 90 años, el 26 de septiembre de 1987.

Atrás dejaba una larga vida de lucha por sus ideales.

SARMIZA BILCESCU

La primera mujer que consiguió un doctorado en derecho fue la rumana Sarmiza Bilcescu y lo obtuvo en la Universidad de París después de luchar contra la misoginia y las continuas trabas con las que se encontró por el simple hecho de ser mujer. Sarmiza, que había vivido en su propia piel la injusticia de la inexistencia de mujeres en la universidad, nunca se dedicó a la abogacía, sino que dedicó toda su vida a defender los derechos femeninos.

Sarmiza Bilcescu nació el 27 de abril de 1867 en Bucarest, en el seno de una buena familia. Su padre, Dumitru Bilcescu había sido el responsable de las finanzas durante el reinado del príncipe Barbu Știrbey. Su madre, una convencida feminista fue quien acompañaría en 1884 a su hija hasta París donde Sarmiza consiguió una plaza en la universidad. Cuando Sarmiza se presentó a los responsables universitarios, no lo tuvo fácil para poder acceder a las aulas. Fue gracias a su determinación y a que no se rindió ante la hostilidad con que se la acogió que Sarmiza consiguió hacerse un lugar en la universidad y ganarse el respeto de profesores y alumnos.

Tres años después, en 1887, cuando Sarmiza Bilcescu se licenciaba en derecho pasaba a la historia al convertirse en la primera mujer europea que lo había conseguido. En 1890 se doctoraba con una tesis titulada Sobre la condición jurídica de la madre.

Un año después recibía una muy buena oferta para trabajar en el Colegio de Abogados Ilfov. Pero Sarmiza, quien se casó años después con un ingeniero llamado Constantin Alimănişteanu, nunca llegó a ejercer la abogacía. Consciente de las dificultades de las mujeres de su tiempo, como ya lo pusiera por escrito en su tesis doctoral, decidió dedicar sus esfuerzos a la causa feminista. Sarmiza y otras mujeres rumanas fundaron la Sociedad Rumana de Señoritas desde la que inició una campaña de concienciación social acerca de la necesidad de dar las mismas oportunidades educativas a niños y a niñas y ayudó a crear ayudas económicas para que las niñas pudieran ir a la escuela. Las madres y las mujeres adultas que no habían tenido la misma suerte que ella también recibieron su apoyo.

Sarmiza Bilcescu fallecía el 26 de agosto de 1935.

BARBARA HUTTON, LA POBRE NIÑA RICA


Un compositor inglés llamado Noël Coward compuso una canción con este título inspirándose en una bella dama estadounidense, rica, excesivamente rica. Esa dama era Barbara Hutton, una multimillonaria que se pasó la vida buscando la felicidad en brazos de amantes y esposos que no supieron darle lo que necesitaba. Heredera de una de las más grandes fortunas de Norte América, Barbara Hutton moriría sola y arruinada, tras haber tenido una vida de lujos extremos. Fue sin duda, un ejemplo claro del tópico que afirma que el dinero no da la felicidad. Barbara la buscó toda su vida pero nunca la encontró.

Herencia maldita
Barbara Woolworth Hutton nació el 14 de noviembre de 1912 en la ciudad de Nueva York. Barbara era nieta de Frank Winfield Woolworth, magnate de los almacenes que llevaban su apellido y que había amasado una enorme fortuna. La madre de Barbara, Edna, una de las tres hijas del rico empresario, estaba casada con Franklyn Laws Hutton. La pareja vivía feliz en una mansión construida en la Gran Manzana, primero, y en una suite de lujo del hotel Plaza, después.

La vida de la pequeña Barbara sufrió un duro golpe cuando en 1917 la prensa del corazón, que tanto daño le harían a ella misma en el futuro, publicó unas fotografías de un idilio de su padre. La reacción de Edna fue terminar con su vida. Barbara no sólo tuvo la desgracia de perder a su madre de un modo tan dramático sino que fue ella misma quien descubrió el cuerpo en la lujosa suite del hotel donde vivían. 

Con tan sólo cinco años, huérfana de madre y con un padre díscolo y despreocupado, se trasladó a vivir a la mansión de sus abuelos en Winfield Hall. Con una abuela senil y un abuelo sumido en la más profunda de las tristezas por la muerte de su hija, Barbara tuvo una infancia triste.

Tres años duraría aquella existencia tediosa. A la muerte de sus abuelos, la herencia Woolworth se repartió entre las dos tías de Barbara y ella misma, única hija de Edna. Así, Barbara se convirtió en 1924, en una jovencísima multimillonaria de poco más de 12 años, con una fortuna que rondaba los veintiocho millones de dólares.

Empezó entonces un largo y penoso periplo por distintas mansiones de la familia Woolworth, instalándose en casa de familiares y acudiendo a carísimos colegios de élite en los que nadie se atrevía a acercarse a aquella niña poseedora de tamaña fortuna.

En 1926 Barbara se trasladó a vivir con su padre y su madrastra a Nueva York donde pasó un tiempo tranquilo al lado de Irene Curley, la nueva esposa de Frank, con la que mantuvo una buena relación. Pero su padre decidió que con 14 años su hija ya podía valerse por si misma, así que desbloqueó la fortuna heredada por Barbara para que se pudiera independizar.


Barbara Hutton iniciaba una vida sola. Seguiría estudiando e intentando disfrutar de la vida en una incesante búsqueda de amistades para no sentirse sola. Poco tiempo después, con 21 años, conocería el amor, su primer amor, el primero de una larga lista de hombres que se convertirían en sus siete maridos. 

El amor de un príncipe
En uno de sus viajes por Europa, Barbara conoció a un apuesto príncipe georgiano llamado Alexis Mdivani, prometido entonces de una amiga suya, Louise Astor Van Alen. Años después se rencontraría con el entonces matrimonio Mdivani en París. Era sólo cuestión de tiempo que la atracción que sentían Alexis y Barbara, conocida por todos sus allegados, provocara el divorcio de él. Un año después de la separación de Van Alen, Alexis Mdivani se casaba con la bella millonaria norteamericana a pesar de la negativa del padre de Barbara. El nuevo matrimonio del príncipe ruso y la rica heredera viviría una larga luna de miel, viajando alrededor del mundo y gastando el dinero sin ninguna preocupación en todo tipo de lujos. Pero a su llegada a Londres, para descansar del largo viaje, la relación de la pareja estaba tocada de muerte. La pasión, que no el amor, se había disipado.

En una fiesta organizada por Alexis para celebrar el vigésimo segundo cumpleaños de su aún esposa, Barbara empezó a flirtear con un conde llamado Court Haugwitz-Reventlow, que se convertiría primero en su amante y después, en 1935, en su segundo esposo.

El amor de un conde
El divorcio y posterior boda se produjeron en un intervalo de tiempo de poco más de 24 horas. Barbara se casó con Court en una ceremonia sencilla en Reno. La prensa no dejó pasar la ocasión para criticar a la frívola millonaria que se divorciaba y se casaba con tanta frivolidad.

De su matrimonio con el conde danés nacería Lance, el único hijo de Barbara. Al final, parecía que la Hutton había conseguido formar una familia más o menos normal. Instalada en una gran mansión en Londres, Barbara disfrutó de uno de los momentos más dulces de su vida rodeada de amor y de lujos mientras los trabajadores de los almacenes Woolworth, al otro lado del Atlántico, criticaban a su derrochadora dueña y hacían huelga para exigir salarios más dignos.

La mala imagen de Barbara en su país de origen empeoró cuando renunció a la nacionalidad estadounidense por petición de su marido quien la convenció para que mantuviera solamente la nacionalidad danesa. 

A pesar de todo, el segundo matrimonio de Barbara terminaría pronto. El 28 de julio de 1938 firmaban un acuerdo de divorcio. A punto de estallar la Segunda Guerra Mundial, Barbara volvió a Nueva York con su hijo. El hostil recibimiento que sufrió por parte de la prensa y de los trabajadores de sus almacenes la obligaron a marchar a California donde la esperaba el que iba a ser su tercer marido.

El amor del actor
Barbara Hutton había conocido al famoso actor Cary Grant en 1938 en un barco cuando iba hacia Inglaterra. Ya entonces habían mantenido una discreta relación que ahora, libre de su segundo marido, no tenía que ocultar. 


El 8 de julio de 1942 Cary y Barbara se casaban en California en la más estricta intimidad. Pero una vez más, su matrimonio le dudaría poco más de tres años. El actor y la millonaria llevaban vidas muy distintas y Cary no pudo soportar la presión de la prensa. En febrero de 1945 terminaba su historia de amor. Aunque Barbara y Cary mantuvieron una posterior relación cordial, lo cierto es que con 33 años, Barbara estaba de nuevo sola. 

Después de mantener algún que otro romance, entre ellos uno con el también actor Errol Flyn, Barbara se trasladó a vivir a un palacio en la ciudad marroquí de Tánger conocido como Sidi Hosni. Después de gastar ingentes cantidades de dinero en decorar su nuevo hogar, lo convirtió en el centro de las fiestas y las tertulias de la alta sociedad mundial.

El amor de otro príncipe
En 1948 Barbara volvía a casarse de nuevo. Otro príncipe ocuparía su corazón. Aunque, mientras el primero era un príncipe con un título comprado, el segundo, Igor Troubetzkoy era un verdadero príncipe.

Durante su cuarto matrimonio, Barbara vivió mucho tiempo separada de su marido a causa de varias hospitalizaciones sufridas por una inflamación en los riñones primero y un tumor en el ovario derecho más tarde. Cuando la joven millonaria tuvo que asumir que se había quedado estéril remprendió con los malos hábitos de la bebida y el abuso de medicamentos que había iniciado tiempo atrás. A todo esto se sumó un diagnóstico de anorexia nerviosa. 

En 1951 terminaba su matrimonio con el príncipe ruso y Barbara se trasladó a vivir a Tucson para poder estar más cerca de su hijo.

El amor del playboy
En mayo de 1953 Barbara se fue con Lance a Francia para asistir a un campeonato de polo en el que participaba su hijo. Allí conoció al que se convertiría en su quinto marido, Porfirio Rubirosa, un jugador de polo dominicano famoso por su fama de playboy. Ese mismo año se casaban en Nueva York. En esta ocasión ya desde el principio Porfirio se mostró distante con su enésimo capricho amoroso y se aprovechó sin ningún reparo del dinero de su esposa. No terminaron el año juntos.

Tras meses de viajes buscando no se sabe muy bien qué, Barbara anunció su sexto matrimonio. 

El amor del barón
Esta vez se trataba de Gottfried Kurt Freiherr, un barón amigo de Barbara desde hacía muchos años. La boda se celebró en Versalles el 25 de noviembre de 1955 y, a pesar de que la pobre Barbara estaba convencida que esta vez era la definitiva, el inevitable interés de Gottfried por los hombres impidió que aquel fuera un matrimonio feliz. 

El alcohol y los somníferos continuaron siendo su consuelo. Separada en 1959, y tras haber vivido el enésimo romance con otro hombre, Barbara regresó a Marruecos. Allí conocería al séptimo y último de sus maridos.

El amor del químico
Pierre Raymond Doan era un químico vietnamita que estaba casado y tenía dos hijos, situación que no fue un problema para la pareja de enamorados. Pierre y Barbara se casaron en 1964 para divorciarse pocos años después. 

Pero el golpe más duro que recibiría Barbara Hutton le llegaría en julio de 1972 cuando su único hijo Lance moría en un accidente de avioneta. Desde entonces hasta su muerte, no levantó cabeza. 

Barbara Hutton terminó sus días en California, sola, arruinada por culpa de la mala gestión de sus gestores y ayudada tan sólo por los medicamentos y el alcohol. 

El 11 de mayo de 1979 moría en un hospital de Beverly Hills por un ataque al corazón. Al entierro de la que fue una de las millonarias más famosas y controvertidas del siglo pasado, asistieron una decena de personas. 

Barbara Hutton pasó toda su vida gastando su fortuna y buscando la compañía y el amor de muchas personas que no supieron vivir al lado de una de las mujeres más ricas del mundo. Al final no pudo comprar el cariño ni el amor que tanto necesitó.

UN GRITO DESDE EL SILENCIO


El acoso, de cualquier tipo, es un nefasto mecanismo de agresión que viene acompañando a la humanidad desde tiempos ignotos, sin embargo, en los últimos años se le ha prestado especial atención, teniendo en cuenta la complejidad de su trama y los múltiples efectos, todos nocivos, que inciden sobre la víctima y -algo que a menudo nos negamos a considerar- sobre el agresor y los espectadores del hecho. 

El campo escolar, sitio destinado a ser escenario de crecimiento intelectual, resulta terreno abonado para el acoso, y para una particular modalidad conocida como bullying. 

Súmese a esto la aparición casi avasalladora de las comunicaciones electrónicas, con su capacidad de alcance global e instantáneo, las que, en manos de un acosador, pueden ser aprovechadas como instrumento para agredir de otra manera a quienes llegan a caer en sus redes, y tendremos completo un marco tenebroso en torno a niños y jóvenes, quienes por serlo resultan vulnerables ante el flagelo.

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