MUJERES, VIOLENCIA Y POBREZA: ESCAPAR DE LA TRAMPA DE GENERO


¿Por qué más de dos tercios de las personas pobres del mundo son mujeres, pese a que las mujeres sólo constituyen la mitad de la población global?

La discriminación es uno de los principales factores de la pobreza y, con frecuencia, las mujeres son objeto de discriminación múltiple: las discriminan y les niegan sus derechos por ser mujeres y por pertenecer a un grupo marginado. Las mujeres que viven en la pobreza también se enfrentan a discriminación simplemente por su pobreza. La discriminación suele hacer que queden excluidas del acceso a la justicia, la protección o los servicios. En algunos países la discriminación contra las mujeres impregna la legislación, y en otros la discriminación persiste pese a la adopción de leyes de igualdad. Las mujeres suelen ser responsables del sustento de su familia, pese a que a menudo reciben sueldos más bajos que los hombres por realizar las mismas tareas, trabajan en el sector informal, sin seguridad de empleo, y tienen menos acceso a recursos como la tierra, el crédito y los derechos de herencia.

Muchas mujeres que viven en la pobreza carecen de acceso a servicios de salud porque no pueden costeárselos o no pueden pagar el transporte hasta los centros médicos. Las mujeres de Sudáfrica, en especial las de raza negra, se ven afectadas de forma desproporcionada por la pobreza y por la pandemia del VIH. El coste del transporte es elevado en relación con los ingresos de la población, y a las mujeres que viven en comunidades rurales pobres les resulta especialmente difícil trasladarse a los hospitales y continuar su tratamiento. Muchas, además, no reciben una alimentación adecuada, algo esencial para sobrellevar los efectos secundarios de los medicamentos antirretrovirales. El estatus social, más bajo, de las mujeres agrava el problema ya que, cuando no hay suficientes alimentos, es probable que sean las últimas en comer.

La discriminación está íntimamente vinculada con la violencia contra las mujeres: determina el tipo de violencia que sufren, y en algunos casos hace que estén más expuestas a convertirse en blanco de ciertas formas de violencia por disfrutar de un estatus social menos elevado que otras mujeres y porque sus maltratadores saben que es menos probable que denuncien los abusos o pidan ayuda.

Atrapadas en el ciclo de la pobreza y la violencia
La pobreza, para las mujeres, es a la vez causa y consecuencia de la violencia: la violencia mantiene a las mujeres atrapadas en la pobreza, y las mujeres pobres están más expuestas a la violencia. Las mujeres que sufren violencia pierden ingresos y ven afectada su capacidad de ganarse la vida. La pobreza puede obligar a las mujeres a hacer elecciones difíciles que las ponen en peligro de sufrir violencia o las mantienen en esa situación. Una mujer que es económicamente dependiente de una pareja abusiva puede no ver una manera viable de mantenerse y mantener a sus hijos e hijas si abandona a su pareja. Una niña que queda embarazada como consecuencia de una violación puede verse excluida del colegio, con menos posibilidades de encontrar empleo seguro y un futuro independiente.

En Haití la pobreza es un fenómeno generalizado, y en las zonas rurales muchos progenitores toman la decisión de enviar a sus hijos e hijas a las ciudades con la esperanza de que allí mejoren sus perspectivas de futuro. Más de 100.000 niñas haitianas cuyas edades oscilan entre los 6 y los 17 años están empleados en el servicio doméstico. Trabajan largas horas, realizando las tareas del hogar, cuidando de los niños de la familia y vendiendo artículos en el mercado; a cambio de ello reciben alojamiento. Lejos de sus familiares y amistades y atrapadas en una situación de dependencia total de sus empleadores, muchas niñas están expuestas a los abusos físicos y la violencia sexual. Sin nadie que se preocupe por su bienestar y con escasas perspectivas de encontrar un trabajo menos riesgoso, estas niñas llevan una existencia solitaria, aislada y vulnerable.

La vida de las mujeres, decisión de los hombres
La pobreza puede limitar las oportunidades de que disfrutan las mujeres para tomas decisiones sobre su propia vida. Esta situación puede verse agravada por las costumbres, la cultura y la religión, que a menudo se suman para negar a las mujeres el acceso a los procesos de toma de decisiones e incluso a decisiones críticas sobre su vida y su cuerpo, como la decisión de ser madres. En Filipinas, las políticas del gobierno limitan el control que tienen las mujeres sobre si quedar embarazadas o no y cuándo, ya que asignan prioridad a métodos “naturales” de planificación familiar como la abstinencia periódica o el coito interrumpido.

La falta de acceso a métodos anticonceptivos gratuitos afecta gravemente a las mujeres pobres que tienen que hacer grandes esfuerzos para conseguir el dinero necesario para adquirir anticonceptivos, especialmente en épocas de crisis económica en que se dispara el coste de artículos y materias primas. Hasta las tres cuartas partes de las adolescentes sexualmente activas no utilizan ningún método anticonceptivo.

En Filipinas la maternidad es muy riesgosa: diez mujeres mueren cada día a causa de complicaciones relacionadas con el embarazo y el parto. La alta tasa de mortalidad materna se ve agravada por la prohibición absoluta del aborto, que hace que las mujeres que se enfrentan a un embarazo no deseado o llegado en mal momento tienen pocas opciones seguras. Cada año al menos 400.000 mujeres recurren a abortos clandestinos y, según algunos cálculos, unas 800 mueren anualmente como consecuencia de complicaciones derivadas de abortos realizados en condiciones de riesgo.

Las niñas se pierden la oportunidad de la educación
La violencia y la pobreza suelen sumarse para atrapar a las mujeres en situaciones difíciles, aunque la educación puede proporcionar una vía de escape. La educación puede abrir las puertas de la independencia económica, aumentando las opciones de las mujeres sobre cómo vivir su vida. La educación es un derecho humano, pero en todo el mundo más de 55 millones de niñas no asisten a la escuela debido a la violencia y la discriminación.

En Tayikistán, por ejemplo, muchas familias no pueden costear lo imprescindible para mandar a sus niños y niñas al colegio: libros de texto, ropa y transporte. Por consiguiente, en lugar de mandar a las niñas al colegio, dan prioridad a la educación de los niños, que tienen más probabilidades de ganar más dinero en el futuro. Numerosas niñas, en lugar de completar su educación, cuidan de familiares, trabajan en el campo o en el mercado o se casan a una edad temprana. La falta de educación no sólo reduce sus posibilidades de independencia económica sino también la posibilidad de que se enteren de cuáles son sus derechos.

Las mujeres hablan claro
Cuando saben que tienen derechos, las mujeres los reclaman pese a todos los obstáculos a los que se enfrentan. En todas partes del mundo hay ejemplos inspiradores. Actuando como defensoras de los derechos humanos o simplemente como miembros de sus familias y comunidades, las mujeres impulsan el progreso social y el avance del respeto a los derechos humanos para todas las personas. En algunos países, las mujeres son participantes activas en el proceso político y han dado pasos importantes hacia la igualdad política y económica.

Progreso teórico
El activismo constante de los últimos decenios en favor de los derechos humanos de las mujeres ha logrado considerables avances en materia de compromiso de la comunidad internacional con la defensa de los derechos de las mujeres. En el ámbito internacional existen acuerdos jurídicamente vinculantes para la protección y promoción de estos derechos y la igualdad entre hombres y mujeres es uno de los principios fundamentales reflejados en todos los tratados de derechos humanos. En el ámbito nacional, muchos países tienen leyes que protegen los derechos de las mujeres, aunque estas leyes no ayudan a mejorar la vida de las mujeres si no se las hace cumplir.

No hay excusas legítimas para explicar por qué los gobiernos no han implementado plenamente y hecho efectivas las leyes nacionales e internacionales aprobadas durante los últimos decenios con miras a poner fin a la discriminación y la violencia contra las mujeres y, pese a que se han hecho grandes progresos, la vida de muchas mujeres prácticamente no ha mejorado. Las mujeres siguen siendo el sector más afectado por la pobreza, la violencia, la degradación ambiental y las enfermedades. Una cosa es cierta: la igualdad y el disfrute de los derechos sólo pueden alcanzarse cuando las mujeres participan activamente en los procesos políticos y cuando se escucha su voz.

El camino por recorrer
Es preciso que los Estados y las instituciones internacionales trabajen con más energía para proteger los derechos de las mujeres, pero todas las personas tienen un papel que desempeñar a la hora de crear la voluntad política de producir cambios. Podemos retar a nuestros gobiernos a que mejoren el disfrute de los derechos de las mujeres en el ámbito nacional, así como, mediante la cooperación internacional, en todas partes del mundo.

En septiembre de 2009, todos los gobiernos acordaron la creación de una nueva entidad de la ONU dedicada a los derechos de las mujeres, que tendrá una mayor capacidad para contribuir a que la ONU y los gobiernos aseguren que las mujeres y las niñas de todo el mundo disfruten de sus derechos en la práctica. Para tener éxito, esta nueva entidad necesita de una dotación de fondos y un compromiso político sostenido.

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