Al escuchar o leer la palabra cáncer, lo primero que viene a nuestro pensamiento es la palabra “muerte”.

Hay personas que “odian” el cáncer porque no hace más que arrebatar de nuestro lado a los seres que amamos…

Cuando el médico dice: “es cáncer”, lloramos de tal forma que vemos que el cielo se une con la tierra, nuestras lágrimas no tienen fin (parecemos las cataratas del Niágara), no vemos una salida por ninguna parte aunque otros se empeñen en decir que sí, la sonrisa se borra, el pensamiento se nubla, es una rabia intensa contra la vida misma… es un duelo eterno que llevamos por dentro, un dolor que desgarra la piel, parecemos almas en pena… ya nada es igual… Sin embargo, la ciencia ha avanzado bastante en este campo. Y aunque nuestros seres queridos partan a la otra vida y nosotros vivamos en carne propia la enfermedad del cáncer, no importa, pues con ello aprendemos muchas lecciones de vida y experiencias que nos ayudarán a sobrevivir y poder ayudar a otros en la misma situación. Todas las cosas obran para bien, aunque de pronto no lo veamos así…

Cuando estamos en la línea divisoria de la vida, esto es, entre la vida y la muerte, la vida se ve muy diferente a lo que la veíamos hasta ese momento; cambia el pensamiento, para bien o para mal… solo a partir de ahí cuenta la actitud con la que queremos enfrentarnos a la vida para seguir luchando hasta el final de nuestros días…

Más allá de la enfermedad del cáncer que conocemos, existe otro tipo de cáncer… mucho más agresivo que la enfermedad misma: ¡el cáncer del resentimiento! Sí, ese mismo; el que se guarda como si fuese una perla pero que nos hace un daño atroz!

Hay mucha gente resentida por miles razones… Divorcios, engaños, traiciones, muertes de seres queridos, enemistades, enfermedades… en fin, un sinnúmero de situaciones que nos quebrantan el alma de tal forma y que se van albergando en nuestro corazón ¡hasta llegar a la altura de un peñón!, y no nos damos cuenta que sólo eso comenzará a carcomernos como gangrena, quitarnos la paz y la tranquilidad que necesitamos como si fuese un cáncer. Hay veces que tenemos que tragar hondo ante ciertas situaciones y dar paso a un nuevo comienzo, una nueva etapa en nuestra vida. Guardar rencores, resentimientos y/o sentimientos de culpa lo que provocan es que las raíces de amargura se esparzan tal como un cáncer y eso no es lo que queremos en nuestra vida ¿o sí?

Los hijos del divorcio guardan por años resentimientos hacia uno de sus padres, quizás a los dos… el dolor se convierte en rabia, rabia ante la vida misma porque no entendieron nunca cómo papá y mamá pudieron separarse si él/ella estaba ahí para amarlos y ser amado. Es una lucha interna muy difícil de superar, pero muchos han logrado superar los sentimientos encontrados y darle forma a su vida; hoy son hombres y mujeres profesionales, ciudadanos responsables que aprendieron con gran sacrificio que aunque sus padres no vivan juntos, el amor hacia ese hij@ nunca cambiará… Tenemos que trabajar con las nuevas generaciones que están pasando por lo mismo…

Hay cosas en el corazón que se llevan guardadas como reliquias, enterradas por toda una vida y que nadie las sabe. Están bien guardaditas en el fondo del corazón, donde nadie puede llegar excepto Dios. Cosas que las guardamos porque preferimos no decirlas para que nadie se entere o para que no nos duela tanto… tanto así que levantamos una muralla invisible para que nadie traspase lo prohibido y cuando alguien se acerca, surge una señal que dice PARE…sí, hay cosas del pasado que siguen doliendo como si fuese el primer día y que preferimos no traerlas al presente, pero eso no es saludable…

a veces es mejor hablar con alguien para liberar nuestra alma de tan grande peso o plasmarlas en un papel y dejar que las lágrimas lo bañen hasta que se nos exprima el alma, hasta que no nos queden más lágrimas…