REPORTE DE VIDA...


Hace varias décadas, los científicos sociales, particularmente los antropólogos culturales y los psicólogos sociales concluyeron que no podemos tener un conocimiento directo del mundo y que todo lo que sabemos lo sabemos mediante las experiencias vividas.
Cada uno, organizamos nuestra experiencia de vivir a través de relatos, explicaciones, hipótesis. Estos procesos de relatar, contar nuestra experiencia de una forma determinada es lo que terminará dando un significado u otro a la experiencia vivida. Podemos contar una y mil veces la historia de nuestra vida y probablemente cada relato será distinto del anterior.
Es imposible recordar cada uno de los eventos que hemos vivido. Dejamos fuera del relato muchísimas experiencias. Incluir la mayor cantidad de experiencias posibles nos permite contar historias más complejas e interesantes sobre nosotros mismos. Esto es en parte lo que se hace en una conversación terapéutica. También puede hacerse a través de la escritura de una autobiografía o como lo llama David Brooks, reportes de vida.

Brooks es editorialista del New York Times desde el 2003. En octubre pasado, hizo un experimento muy interesante, pidiendo a sus lectores mayores de 70 años que escribieran un reporte sobre su vida, haciendo una evaluación de cómo la habían vivido. El formato era libre, podrían dividir el reporte en etapas, pero lo importante era evaluar sus vidas (vale mucho la pena leer los reportes publicados. Se pueden consultar en The New York times/Opinion pages/ David Brooks).

Podría resultar interesante para las generaciones más jóvenes y creo que sobre todo de gran utilidad, leer relatos de gente mayor que lleva la delantera en experiencia de vida, que tiene una perspectiva que sólo el tiempo da.


Brooks recibió cientos de reportes. En síntesis, hay algunos patrones que llaman la atención. Algunos, generaron relatos sin pausas, como si toda la vida fuera un continuo sin parar que merecía en lo general una sola calificación. Estos reportes eran dominantemente pesimistas. Algunos se describieron a sí mismos como perdedores, cobardes, poco flexibles, inestables, solitarios, destructivos en sus relaciones amorosas. En contraste con otros relatos que estaban divididos en etapas, en áreas diferentes de la vida y que por estar escritos con esta estructura, permitían una valoración diferenciada de las experiencias. Algunos describían las decisiones cruciales que marcaron el rumbo de sus vidas. Muchos hombres y mujeres que en sus cincuentas y sesentas se describían como bastante contentos y satisfechos, se lamentaban específicamente de su alcoholismo u otras adicciones de los treintas, de su mala y prematura elección de pareja en los veintes, de no haber tenido hijos, de haberse casado demasiadas veces, de su poco amor por el estudio o pereza crónica en etapas depresivas en los cuarentas.

La excesiva introspección en estos reportes resultó en algunos casos contraproducente. Algunas personas se mostraron expertas en autoevaluarse, autocriticarse, lamentarse por los errores, regresar una y otra vez a los lugares dolorosos tratando de entender lo que pasó y logrando solamente conservar casi intactas las emociones y los recuerdos negativos. Tan dañino es vivir la vida en automático como vivirla así, en la rumiación permanente del pasado. Muchos concluyeron algo que sabemos pero que quizá todavía no terminamos de entender: es imposible cambiar a los otros. A algunos les tomó 25 años entender que su esposa era como era, que su hijo era como era, que sus amigos, jefes, eran como eran. Haber aceptado más las diferencias individuales les hubiera ahorrado a algunos muchos pleitos y frustraciones a lo largo de su vida.

Cliché generalizado en los relatos: la mayoría se arrepentía de todo lo que no había hecho, de los riesgos que no había corrido. Algunos lamentaban no haber vivido en otro país, los más aguerridos habían cambiado de carrera profesional, de trabajo, de país en varias ocasiones y se sentían satisfechos de haberse arriesgado. Más que el talento, los relatos de la gente más satisfecha daban cuenta de crecimiento paulatino. De haber ido construyendo avances y progresos poco a poco. Más que al talento, muchos atribuían sus logros a la perseverancia.

Los rebeldes, antisociales, anticonvencionales, inconformes, dedicados a ser distintos y a no someterse a ningún tipo de norma o expectativa cultural, escribieron relatos bastante tristes, lamentándose de no haber entendido que trabajar institucionalmente no es sinónimo de alienación. En general, la gente que mando sus reportes a Brooks sentía que había aprendido lecciones que los hacían mejores en el arte de vivir, incluyendo ser mucho más asertivos para decidir con quien estar y con quien no, aunque esto pudiera generar un dolor temporal a otros. Vale la pena leer los reportes de estos mayores de 70 años. Aunque dicen que nadie experimenta en cabeza ajena, a veces leer sobre los aciertos y errores de otras vidas puede ser una lección que sirva para la propia sin tener que esperar a que llegue la vejez.

Si tuviéramos que escribir un reporte de vida ¿qué estructura usaríamos? ¿Capítulos? ¿Texto ininterrumpido? ¿Destacaríamos los logros o los fracasos? Nuestra forma de contar la vida, es nuestra vida. El relato le da significado a lo que vivimos y no al revés.


Hacernos más conscientes de cómo contamos nuestra vida nos puede ayudar a recontarla en formas más compasivas y útiles.

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