Qué lindo soy, que bonito soy, ¡cómo me quiero!


“¡Cómo perdí 42 libras!” es la frase de portada de la última revista People. Lo que quizá se ignora es que la chica que perdió todo ese peso, y lo demuestra posando en bikini para la revista, había dicho días atrás que esperaba que Farrah Fawcett no muriera, pues entonces le ganaría la portada y todo el ejemplar sería para recordarla.

Me pregunto: ¿cómo llegamos a este narcisismo, si apenas a finales de los años 80 resurgió el tema de la autoestima para contrarrestar aquella educación represiva que hacía que las personas no se sintieran amadas ni valoradas? ¿A qué hora dimos el salto hacia el otro extremo?

Si usted recuerda, en aquellos años el concepto de “autoestima” se introdujo por todas partes. Las terapias y ejercicios psicológicos para que las personas ganaran en autoestima y se liberaran de complejos se pusieron de moda.

Frases como “¡eres un tonto!”, “¡qué burro!” o “¡no vales nada!”, que habían lastimado y hecho sentirse inseguros o insignificantes a numerosos niños, tenían que quedar atrás y dar paso a una educación basada en el valor de la dignidad humana. Cabe aclarar que nadie tiene derecho a maltratar a los niños o abusar de ellos.

Sin embargo, a 20 años de aquel intento de pensadores y educadores por corregir fallas de la educación de antaño, la educación y formación del amor a sí mismo ha tomado otro rumbo, se ha ido al extremo.

Hemos llegado a un narcisismo o egotismo (como ya lo llaman algunos autores), que más allá de valorarnos como personas, nos ha llevado a caer en una excesiva admiración de las propias cualidades.

Y es que ahora ya no se habla de la autoestima como la necesidad de tomar conciencia de nuestro valor, sino más bien como un combustible que necesitamos para sentirnos bien y mejorar el nivel de nuestra vida.

Aquellas humillantes frases de “¡tú no vales nada!” o “¡eres un tonto!”, se han ido sustituyendo por otras como “¡soy único, especial y maravilloso!”, “¡no hay nadie como yo!”, por citar algunas nuevas expresiones.

Es por eso que en los últimos años ha aumentado el número de personas obsesionadas por el culto al físico, o que dependen de las aprobaciones, aplausos o felicitaciones para ser felices.

Por esto y más, dos sociólogos estadounidenses publicaron el libro “The Narcissism Epidemic” (“Pandemia de Narcisismo”) en el que han denunciado como una auténtica plaga la obsesión por la propia persona, y el afán de protagonismo que cada día se extiende más a través de los recursos mediáticos para la autopromoción.

Jean M. Twenge y W. Keith Campbell explican en su libro que la exaltación narcisista se presenta como una virtud disfrazada de autoestima. Sin embargo, dicen que las personas con autoestima sana tienen una buena opinión de sí mismas, pero conservan además el sentido ético y del amor por los demás que no puede conservar un narcisista a causa de la excesiva admiración de las propias cualidades. Y esto los condena, además, a unas verdaderas relaciones sociales, laborales y familiares necesariamente problemáticas.

Los sociólogos hacen una relación entre las poses narcisistas y el repertorio multimediático de conductas antisociales de los niños y adolescentes, que van desde groserías e insultos de todo tipo, hasta el exhibicionismo dirigido a captar la atención de las masas.

En fin, el punto es que la autoestima es importante para generar seguridad y confianza personal, pero cuando no la tenemos bien clara se corre un grave peligro: cerrar los ojos a las necesidades de los demás para convertirse en seres soberbios y llenos de amor propio, que piensan únicamente en sobresalir por encima de todos.

Sólo queda preguntarnos: ¿Cómo hacer para no confundir la autoestima con el narcisismo? No hay otra, más que los padres y educadores pongamos manos en el asunto de este tema crucial

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