DE LOS Y LAS....


Cada vez que escribimos un texto que menciona a las mujeres y a las niñas, o que en lugar de utilizar el genérico “los mexicanos” decimos las y los mexicanos. Veintenas de comentaristas –en general hombres, aunque algunas mujeres también se han quejado-, expresan su molestia asegurando que el decir las y los (usar lenguaje no sexista) es producto de las pifias lingüísticas del ex presidente Vicente Fox, lo cual es absolutamente falso. Lo único que hizo Fox fue popularizar el lenguaje incluyente y despertar la burla de muchos. Queda claro que para poder criticar o discutir, es preciso enterarse de lo que subyace en la utilización del lenguaje no sexista.

Para empezar las primeras e incipientes discusiones sobre cómo las mujeres no estaban representadas en el imaginario político y social como ciudadanas plenas, se dio en desde los años 40 en México. Ya el feminismo propiamente, surge y se fortalece como movimiento de mujeres en la década de1960, a la par de los movimientos mundiales contra el racismo y en pro de la paz mundial. No solamente parte de la evidente exclusión de las mujeres en las decisiones públicas, sino toma en cuenta todas las formas, tanto sutiles como evidentes de sexismo y la desigualdad, creadas y fortalecidas por valores culturales y religiosos; además parte de una visión más amplia en contra de la violencia, de la guerra y de otras formas de exclusión como el racismo.

El movimiento feminista m

exicano comenzó en realidad cuando las sufragistas se revelaron ante la imposición del silencio. En marzo de 1936 más de 50 mil mujeres lograron crear el Consejo Nacional del Sufragio Femenino y la realización del Primer Congreso Nacional de Mujeres en enero. A partir de 1937, el movimiento centró sus actividades en torno a la demanda del sufragio femenino. En los años subsiguientes, el movimiento de mujeres, pr

ofundizó en ciertas áreas del trabajo popular como la creación del Departamento Autónomo de la Mujer en la Confederación Campesina Mexicana (CCM); luchó por el cumplimiento de la Ley Federal del Trabajo y la sindicalización de las obreras y empleadas del gobierno, así como por la instalación de salas de asistencia infantil anexas a los mercados.

Desde entonces algunas mujeres se preguntaban no solamente por qué no podrían ser diputadas o arquitectas, sino por qué ni siquiera existía la

palabra en femenino.

La primera respuesta era absurda: porque el masculino es universal. Y digo absurda porque si fuera universal significaría que las mujeres y los hombres tendrían –universalmente- los mismos derechos y acceso a espacios educativos; pero en los hechos no era así. Si el lenguaje fuera universal, las palabras zorro y zorra significarían los mismo en el diccionario de la Real Academia Española (RAE), pero el lenguaje construye diferentes significados cuando habla en femenino y cuando lo hace en masculino. Ya se ha estudiado lo suficiente (habría que leer esos estudios sobre cómo el lenguaje construye la realidad y viceversa).

En la lucha por existir, si queríamos ser reconocidas y nombradas en el mundo de los hombres, teníamos que usar “su” lenguaje. Un día descubrimos que la lengua también era nuestra. Llevamos más de veinticinco años de actuación del movimiento feminista en el tema del sexismo en el lenguaje. Un trayecto en el que supimos que tomar sólo la parte de la lengua que se nos adjudicaba equivalía a aceptar el silencio. En el que también aprendimos, como señala Christiane Olivier, que si utilizamos el lenguaje considerado “universal”, que es el masculino, hablamos contra nosotras mismas.

SILENCIADAS, DESPRECIADAS

En la lucha por esa lengua que nos representara a las mujeres y que enfrentara el sexismo lingüístico, hemos pasado por diferentes etapas. Al principio tratamos tan sólo de detectar el sexismo. Nunca antes lo habíamos notado y en absoluto éramos conscientes de cómo la lengua nos discriminaba. Empezaron a surgir los estudios y los trabajos sobre el tema.

Concretamos el sexismo en dos efectos fundamentales: el silencio y el desprecio. Por un lado, el ocultamiento de las mujeres, nuestro silencio, nuestra no existencia. Estábamos escondidas tras los falsos genéricos: ese masculino que, habíamos aprendido en la escuela, “abarca los dos géneros”. Y también estábamos ocultas tras el salto semántico. Debemos a Álvaro García Meseguer la definición de ese error lingüístico debido al sexismo: ése expresado en aquello de todo el pueblo bajó hacia el río a recibirlos, quedándose en la aldea sólo las mujeres y los niños. Así pues, ¿quién bajó, sólo los varones? Por otro lado estaba el desprecio, el odio hacia las mujeres. Se manifestaba en los duales aparentes ( gobernante/gobernanta, verdulero/verdulera, hombre público/mujer pública, etc.), en los vacíos léxicos (víbora, arpía, etc. O caballerosidad, mujeriego, etc.), en los adjetivos, los adverbios, los refranes y frases hechas, etcétera., etc., etc.

SURGEN MIL Y UNA SOLUCIONES

Después de detectar el sexismo en el lenguaje, empezaron a aparecer diferentes recomendaciones para un uso no sexista de la lengua. Desde mediados de los 80 el feminismo avanza en estrategias para combatir tanto el silenciamiento como el desprecio, y se van perfeccionando las soluciones y redactando instrucciones nuevas. Hacia 1994 aparece el libro Nombra, elaborado por la Comisión Asesora sobre el Lenguaje del Instituto de la Mujer, verdaderamente clarificador y útil.

Las posibilidades que nos plantea son realmente variadas, creativas y diversas. Frente a los difíciles y continuos dobletes (con o/a, o (a), o-a) nos ofrecen: la utilización de genéricos reales (víctimas, personas, gente, vecindario y no vecinos, pueblo valenciano y no valencianos. También, el recurso a los abstractos (la redacción y no los redactores, la legislación y no los legisladores). También cambios en las formas personales de los verbos o los pronombres (en lugar de En la Prehistoria el hombre vivía… podemos decir los seres humanos, las personas, la gente, las mujeres y los hombres y también En la Prehistoria se vivía… o En la Prehistoria vivíamos…).

Otras veces podemos sustituir el supuesto genérico hombre u hombres por los pronombres nos, nuestro, nuestra, nuestros o nuestras (Es bueno para el bienestar del hombre… sustituido por Es bueno para nuestro bienestar…) Otras veces podemos cambiar el verbo de la tercera a la segunda persona del singular o a la primera del plural sin mencionar el sujeto, o poner el verbo en tercera persona singular precedida por el pronombre se (Se recomienda a los usuarios que utilicen correctamente la tarjeta… sustituido por Recomendamos que utilice su tarjeta correctamente.

LA LENGUA NO ES NEUTRAL

La primera postura se expresa así: Lo genérico, lo neutro, lo universal es patrimonio de todos. Se debe denunciar la falsa universalidad, pero también se ha de reivindicar la participación de las mujeres en lo universal. Nosotras pensamos que no es cierto que lo genérico sea patrimonio común. Los vocablos en masculino no son universales por englobar a las mujeres. Es un hecho que nos excluyen. Se dice que son universales porque lo masculino se ha erigido a lo largo de la historia en la medida de lo humano. Así se confunden los genéricos con los masculinos. Como dice Fanny Rubio: La lengua será neutra pero no es neutral.

QUEREMOS NOMBRAR LA DIFERENCIA

Además, pensamos así porque queremos nombrar el femenino, nombrar la diferencia. Decir niños y niñas o madres y padres no es una repetición, no es duplicar el lenguaje. Duplicar es hacer una copia igual a otra y éste no es el caso. La diferencia sexual está ya dada, no es la lengua quien la crea. Lo que debe hacer el lenguaje es nombrarla, simplemente nombrarla puesto que existe. No nombrar esta diferencia es no respetar el derecho a la existencia y a la representación de esa existencia en el lenguaje. A todos los esfuerzos debemos increíbles avances. Les debemos las coincidencias y acuerdos en torno a la detección del sexismo y al lugar de las mujeres en el lenguaje, nuestra invisibilidad en los genéricos, la denuncia a los varones acaparando los conceptos de humanidad y de universalidad, la crítica a la invasión del pensamiento androcéntrico y de la cultura patriarcal como referentes y tantos descubrimientos más. Y a todos los esfuerzos debemos extensos análisis de diccionarios, medios de comunicación, textos literarios, lenguaje coloquial y tesis, tesinas, artículos, libros, conferencias, mesas redondas, apasionantes y apasionadas charlas sobre este problema, tanto en la lengua castellana como en otras lenguas.

CAMBIAR LA LENGUA CAMBIARÁ LA REALIDAD Y TRANSFORMAR LA REALIDAD IRÁ TRANSFORMANDO NUESTRO LENGUAJE.

Bajo esta premisa tanto mujeres como hombres conscientes del poder de la palabra y la acción seguimos intentando incidir en la realidad de diversas formas: trabajando en la educación, en la erradicación de todas las formas de violencia, intentando ser congruentes entre nuestra vida privada y nuestro discurso, buscando nuevas estrategias para que la igualdad entre hombres y mujeres, niñas y niños sea efectiva y no solamente un sueño. Porque sabemos que la forma y el fondo importan de igual manera. Defender el universal masculino argumentando que la RAE y sus diccionarios soy la ley, es tanto como admitir que la evolución y la transformación humana son imposibles. Cuando yo era niña nos enseñaron que el átomo era la partícula más pequeña de la materia, de ello estaba convencida; hasta que ahora, treinta años después, he descubierto gracias a la ciencia, específicamente a la física cuántica, nuevas maneras de reelaborar aquello que creímos era la última de las verdades. Evolucionar implica atrevernos a soñar y llevar esos sueños a la acción, con conocimiento y voluntad.

En resumen, el lenguaje no sexista está aún en construcción, porque en la medida en que la sociedad se reinventa también busca nuevas manera de narrarse, de revelar lo que somos. Hombres ilustrados y conocedores del poder destructivo del sexismo como Miguel Lorente Acosta, Enrique Arrúa, Daniel Cazés y muchos otros, participan de esta creación de nuevas formas lingüísticas dentro del movimiento feminista mundial, al lado de millones de mujeres. Por eso cada vez que alguien me escribe burlándose o descalificando las formas lingüísticas incluyentes como algo tedioso e inútil, sonrío, reflexiono sobre el poder del lenguaje y no puedo evitar preguntarme ¿por qué les molesta a esos hombres que las mujeres nos mencionemos?

Esa respuesta sólo la pueden tener ellos. Vale decir que contrario al lenguaje “universal masculino” el que nosotras utilizamos jamás excluye, por el contrario, es mucho más integrador de la diversidad y las realidades de unos y otras y de toda la gente. Por lo anterior para seguir discutiendo, lo mínimo que pido es que se informen, que no ignoren la realidad histórica. Ahora bien, si lo que quieren es simplemente descalificar, no es debate sino una pérdida de tiempo en la que yo elijo no participar.

Prefiero ocuparme en trabajar por un mundo diferente en el cuál todas y todos tengamos un lugar, en vez de escuchar diatribas en defensa del machismo lingüístico… y esa es mi prerrogativa como mujer, ciudadana, trabajadora, activista, bloguera y dueña de mi voz, mi palabra y mi tiempo.

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