MUJER VS MUJER


La rivalidad femenina, en cualquier ámbito social, ¡sí puede llegar a ser letal!

Fernando era el hombre más codiciado en Los Huizaches, su pueblo natal. Con tierras, caballos, una de las casas más grandes de la región y su porte de galán, muchas mujeres se pegaban al balcón para verlo pasar. Eran los años 20 y no se veía bien que ellas conquistaran al hombre; había que esperar a ser la elegida. Margarita fue la “suertuda”. Luego de la boda y el primer hijo, esa suerte se le volvió infierno. Fernando empezó a aceptar el amor de otras. Margarita lo defendía a gritos y desgreñones, pero no fue suficiente. Los tiempos cambiaban y el pudor de sus congéneres se hacía más laxo. Entró a la arena para defender su título; su última estrategia fue un cuchillo que enterró en el vientre de su más acérrima rival. Sólo así conservó su primer lugar. De acuerdo con la psicóloga chilena Silvia Lobo, en una competencia sana, quien pretende ganar el título de líder lucha en condiciones de igualdad. Busca superar, pero a través de actos que no dañan la integridad física o mental de su competidora; existe un objetivo muy bien definido, que es la superación. Dentro de la rivalidad femenina, en cambio, esa “competencia” se transforma en violencia y ésta, a su vez, en heridas difíciles de sanar, por lo que las mujeres que entran en ese juego son condenadas al amor fragmentado y a la desdicha. No se aceptan a sí mismas y casi nunca encuentran una satisfacción duradera. Margarita terminó muriendo de cáncer a los 60 años tras una vida llena de corajes y frustraciones, mucha infelicidad. Fernando no tardó en volver a casarse.

La pedagoga española Nora Rodríguez, autora del libro Detrás de una gran mujer siempre hay otra que le pisa los talones. Guía definitiva para superar la rivalidad femenina, afirma que no sabemos mirarnos entre nosotras desde la igualdad: “Cada mujer se compara y se da a sí misma un valor en relación a otra. Nos resulta más difícil que a los hombres, construir nuestra propia identidad sin establecer ciertos modelos a seguir”, señala. También entre los hombres se da la rivalidad, pero a diferencia de ellos, las mujeres son rivales muchas veces por envidia, celos, carencia de autoestima y de proyectos personales. Diferencias de género La exigencia propia de la mujer desde la antigüedad ha sido demasiada: buenas como la madre Teresa de Calcuta, exitosas como Hillary Clinton, bellas como Angelina Jolie, madres ejemplares como la Princesa Diana. En el ideal y la tradición, la mujer está para darse a los demás, para ser solidaria y abnegada. Si alberga “malos sentimientos” de rivalidad, se le juzga mal. Por educación, los hombres desde pequeños son competitivos. Se les inculca a buscar al rival y derrotarle, a ser los mejores. 

Las mujeres en cambio sienten con mayor frecuencia la tentación de compararse unas con otras. Ellos rivalizan de una manera más abierta, con mayor agresividad física, mientras que ellas lo hacen con disimulo. No es fácil que una mujer confiese abiertamente lo que ambiciona de otra, lo que le envidia, el orgullo no le permite reconocer. Utiliza la mentira para disimular o simplemente omite contar toda la verdad, difunde chismes, suelta rumores, hace labor de espía para conocer los pasos y planes de su rival. En su libro Malas, la escritora valenciana Carmen Alborch señala que la rivalidad femenina es percibida en lo social como algo negativo, hasta las llega a clasificar como arpías o víboras, mientras que en el hombre se ve como un instinto de supervivencia innato y legítimo. Tal vez los hombres sólo comenten esos detalles, pero entre las mismas mujeres es algo que no se pueden perdonar. Es como un código de lealtad. La rivalidad para la mujer, a decir de la psicóloga Isabel Coch, tiene que ver con supervivencia debido a la cerrazón del mundo masculino para que entre ambos sexos haya igualdad de condiciones. “Las dudas sobre nuestra autoestima nos hacen desconfiar de la valía de las demás”, sostiene Alborch. “No somos amigas por naturaleza, pero tampoco las peores enemigas”. Signos de guerra La rivalidad femenina se manifiesta principalmente en el ámbito laboral y amoroso. En algunas ocasiones se utiliza la palabra para derribar a la “enemiga”; a veces sólo basta un gesto; el grado extremo llega a la agresión física. El psicólogo Manuel Salgado considera que quienes se quedan atoradas en la rivalidad, sólo se librarán de esa esclavitud cuando logren aceptarse a sí mismas. “No se trata de ser conformistas, sino de superarse, reconociendo las propias limitaciones y sin pisar a los demás. Como en toda competencia, debe haber normas éticas”. Señala que es mucho mejor comprender que culpar. Tal vez la guapa de cuerpo escultural en la oficina no consiguió el ascenso por su belleza, sino porque demostró mayor entrega y responsabilidad; tal vez la que trae locos a los hombres no es porque sea de cascos ligeros, sino que es simpática, vive más libre su sexualidad, no exige y eso los atrae. Entre mujeres Es más común que las mujeres entren en disputa cada vez que encuentran peligro en aquello que valoran o desean: hombres, trabajo, reconocimiento social o belleza. Enfocan más su atención a destruir a su rival, que a reforzar su competitividad y destacar por sí mismas. Una etapa de la rivalidad es la competencia sana entre dos personas, sin asignación de sexo; otra, es la envidia. Se puede competir por seducir al mismo hombre o envidiar al hombre de otra. La envidia es lo más ligero de la rivalidad. Puede ayudar  tomar decisiones sobre lo que se quiere en la vida; ver lo que tiene la otra puede servir como estímulo para llegar a obtener lo mismo o más; finalmente, puede ayudar a descubrir una habilidad o talento propio. Mediante ese descubrimiento se puede pelear por un ascenso luego de ver que una amiga o compañera lo ha logrado. Se vale tomar ejemplos, imitar estrategias si son positivas y se ve que funcionan… eso sí, respetando la personalidad de cada quien y el estilo propio. Otra etapa de la rivalidad son los celos. Esa desconfianza que se demuestra hacia la otra persona no tiene nada más qué ver que con la falta de confianza en sí misma, con un problema de autoestima.

Entre los caso
s de celos que dan causa a la rivalidad están el no soportar que la familia o las amigas hagan actividades sin esperar a que tú estés con ellas; no soportar que una amiga o desconocida luzca mejor que tú; no soportar que tu pareja reconozca la belleza de otra; no tolerar que en el trabajo otra sea más reconocida. Lo recomendable es hacer un examen de conciencia para tornar los celos y la envidia en una competencia saludable, buscar el equilibrio, reconocer las habilidades propias y también las limitantes. En el trabajo Lorena entró, recién terminada su carrera, a una empresa contable. Tenía ganas de prepararse para luego ser independiente, pero se encontró con un obstáculo que la desanimó: su jefa la vio como una amenaza y se dedicó a boicotearla. Cualquier error que Lorena cometía, era magnificado y hecho público; la humillaba, difundía rumores, hasta que la hizo presentar la renuncia.

 Constanza vivió algo similar: analista financiera de profesión, conoció a su primer enemigo en el trabajo y tenía cara de mujer. Un par de compañeras que se dedicaban a conquistar hombres, llevarlos a la cama y luego dejarlos, no veían con buenos ojos que a ellas les faltaran el respeto y a Constanza no. Empezaron a acercarse a ella para lograr que la identificaran como parte de su grupo y desprestigiarla también. Como se negó y puso distancia, se encargaron de ponerle trampas para que perdiera su puesto y no soportara el ambiente laboral. En el área de trabajo, una forma fácil de identificar a la mujer que está en plena guerra es por sus actitudes: no tolera la presencia de su rival, rechaza o anula sus comentarios, inventa chismes, acosa, desmotiva, “mete el pie” y su límite lo alcanza cuando empieza a insultar abiertamente.

De acuerdo con el informe de la Organización Internacional del Trabajo, denominado Tendencias Mundiales del Empleo de las Mujeres, el origen de la violencia en el ámbito laboral se deriva de una combinación de causas relativas a las personas, al medio ambiente y a las condiciones de la actividad que se desempeña. A la mujer que inicia la rivalidad no le importa si ofende, lesiona o humilla a su contrincante. Hace un “juego sucio” en el que descalifica el trabajo de la otra únicamente por su género. Es un conflicto muy típico entre jefas y subalternas o viceversa. Los grados de violencia que se dan en las relaciones entre mujeres en el trabajo son muy fuertes; de hecho, es raro que puedan tener muchas amigas; tienen conocidas, compañeras, colegas y en el remoto caso de que sí hubiera a quien considerar amiga, cualquiera sigue funcionando como rival. Los factores culturales y económicos tienen un peso fundamental en estas conductas. Si ves que una mujer trata de agredirte con sus comentarios o quiere acosarte, lo mejor es desarmar el juego. “Habla de frente, dile claramente que ya detectaste su intención y que no te parece. Si no desarmas el juego, puedes entrar en dinámicas perversas”. Pueden aceptar que hay competencia entre ellas mismas, pero no deben terminar odiando o golpeando a la otra. 

También observa cómo actúa con los hombres: por lo general el trato suele ser muy distinto en condiciones similares. De comprobar que no es competencia sana, sino rivalidad, acude con sus superiores o al departamento de recursos humanos de la empresa para presentar una queja. En el amor El meollo de la rivalidad femenina está en la autoestima de cada mujer -advierte la psicóloga Nancy Estela Ruiz-, en si quieres ser o tener más que otra. La mujer que vive en eterna rivalidad, agrega la especialista, no está conforme con quien es, se pasa los días observando lo que tienen quienes están a su alrededor; envidia su vida, su novio, su físico. Buscan el amor bajo los parámetros de lo que han conseguido las demás para ser mejores o al menos iguales, y no voltean a ver lo que ellas necesitan o con lo que ellas pueden compatibilizar. En ocasiones, empiezan a boicotear la relación de quienes están cerca, para “bajarles” la pareja; cuando lo logran, muy rápido se deshacen del trofeo porque ya no les satisface y ahora van en busca de robárselo a otra. “Viven en un ideal, porque muchas veces con quien compiten no tienen la perfección que ellas mismas le fabricaron. Ésa que ve como rival no es perfecta; el hombre que tiene a su lado tampoco es tan lindo como ella imagina; le crean esa imagen irreal por el deseo de superarla… y cuando se dan cuenta que no tiene nada extraordinario, van por la que sigue”.

El enfoque psicoanalítico sostiene que la dinámica familiar y el vínculo que una mujer tuvo y mantiene con su madre nos dan importantes indicios de cómo llegó a odiar a su propio género. De acuerdo con Silvia Lobo, la rivalidad malentendida entre mujeres nace en el seno familiar, cuando madre e hija se disputan el amor del padre. “Definitivamente, hay aspectos que van determinando o condicionando el futuro de las mujeres, como la mirada amorosa de la madre, que no es una metáfora ni un buen deseo, sino la necesidad de verse cada una reflejada en su interior. Una hija siempre necesitará del reconocimiento amoroso de su madre, pues las mujeres son condicionadas a ser las depositarias de los sentimientos y las madres ser quienes los consolidan. De esta forma se constituye la identidad de las mujeres”. El terreno social En la actualidad los seres humanos estamos metidos en una crisis de sentido de vida. Estamos sometidos al consumismo desenfrenado, al reconocimiento social y al crecimiento económico, por ende, eso lleva a enfrentarnos unos con otros.

Criticar, odiar, envidiar, pisar para mantenerse arriba lo más que se pueda. En un gimnasio es muy común ver cómo se analizan entre mujeres: ¿Qué tipo de ropa deportiva lleva? ¿Es de marca? ¿Tiene celulitis? ¿Se le ve la lonja o el busto desinflado? ¿Está aguada? En un bar, la rivalidad va por ver quién conquistará al mejor galán del lugar, quién lucirá mejor vestuario, quién se verá más guapa y atractiva…
Es complicado que entre mujeres haya críticas sanas respecto a la apariencia; por el contrario, hay miradas rigurosas, cuchicheos, gestos de desaprobación. La pedagoga Nora Rodríguez advierte que cada mujer se da a sí misma un valor en relación a otra; por ello, hay que construir la vida propia, edificar un proyecto personal de vida y aceptarse tal como se es. No se obtiene nada positivo de convertirse en productos de cotización. Desde los tiempos greco-romanos, las mujeres se convirtieron en reprimidas que a la vez eran represoras. 


Sufrían y ejercían sobre otras mujeres fuertísimos mecanismos sociales de control para que no cometieran infracciones. Han sido precisamente las estructuras de la sociedad, con sus necesidades económicas, las que han explotado a la mujer como fuente de riqueza. Y han sido las culpables de las diferencias entre los sexos. Hoy en día éstas tienden a disminuir, a medida que las mujeres acceden a iguales oportunidades educativas que los varones. Sin embargo, por esas carencias que arrastramos por educación desde niñas, se tiende a desear lo que la otra tiene, y cuando se consigue, el vacío no se llena y se quiere más.

Desde el punto de vista psicológico, hay -en las mujeres que buscan siempre dar pelea- rasgos de personalidad neurótica, obsesiva, narcisista, antisocial. Las mujeres conseguiremos el éxito, si luchamos solidariamente. Advierten los psicoanalistas que cuando una mujer hiere a otra con una frase burlona o una mirada hostil, se lastima a sí misma, y cada vez que se expresa mal de una o desestima a otra, refleja por fuerza lo acumulado en sus costillas.

¿Qué reflejas tú?

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