ORGULLOSAMENTE MUJER

Si alguna vez te han dicho que “piensas como un hombre” lo más seguro es que lo recibieses con cierto desagrado.

Eso refleja la realidad de que a pesar de la liberación femenina y de la igualdad lograda, las mujeres no queremos pensar, sentir o actuar como hombres.


Las mujeres de hoy somos como esas nuevas naciones que han sido creadas después de una guerra: han sido dueñas de su propia libertad
por tan corto tiempo que no saben exactamente cómo usarla.

Las mujeres somos reconocidas como iguales a los hombres para tomar el puesto que por derecho nos corresponde en los asuntos mundiales, pero al mismo tiempo se nos pide que nos quedemos en casa a cuidar del hogar.

Nos aplauden por nuestro vigor, y nos tienen lástima por carecer de él. Si tenemos familia numerosa dicen que estamos poblando con exceso el planeta; y si no tenemos hijos nos critican por no cumplir nuestra misión. Se nos incita a solicitar empleos, para luego advertirnos que al competir con los hombres creamos dificultades a los dos sexos.

Hace tiempo las funciones de la mujer estaban más claras, en otras épocas los deberes y limitaciones estaban determinados por reglas fijas. Las mujeres carecían de electrodomésticos que les ayudasen en el hogar, y no tenían derecho a voto, cosa que hoy ya nos resulta impensable. Pero hay algo que ellas tenían que no tenemos las mujeres de hoy: siempre sabían lo que se esperaba de ellas. Además, tenían conciencia del honor que les correspondía.

“Honor”

La palabra “honor” ha adquirido cierto matiz de sentimentalismo. Las mujeres, en lugar de ese único honor como el “honor de caballero” tenemoshonores: premios por escribir novelas, por triunfar en los deportes o por inventar lemas de propaganda. Pero aquel viejo y casi místico respeto que se nos tributaba por el hecho de ser distintas de los hombres, se ha desvanecido. Ahora soportamos carga de la igualdad, que la queremos pero que también nos agobia porque en realidad sólo existe de nombre.

Únicamente cuando se trata de aceptar responsabilidades las mujeres estamos en condiciones de igualdad con los hombres.

Y no es que seamos inferiores ni superiores; pero es como si fuésemos de dos razas diferentes. Nuestra sangre late con un ritmo distinto; nuestro cuerpo está hecho para traer hijos al mundo y cumplir diferentes aspectos de la supervivencia humana.

En cierta forma, el modo en el que se nos enseña a vernos como iguales está mal encauzado, de una forma equivalente a la mujer que se le da una prenda tomada del guardarropa del hombre y le digan que puede ponérselo en pos de la igualdad:
un vestido que nadie ha cortado a su medida y que por tanto no le queda bien.

Sin renunciar a nuestras libertades, conocimientos ni a nuestras oportunidades inmediatas, intentemos no olvidar que la verdadera gloria de ser mujer no está en el triunfo personal logrado a toda costa, sino en el sacrificio, en la abnegación, en el placer y en el orgullo de cumplir la misión que se nos ha confiado.Los honores vendrán solos.


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