Victoria Montenegro recuerda una infancia llena de escalofriantes discusiones a la hora de la comida. El teniente coronel Hernán Tetzlaff, el jefe de la familia, solía relatar operaciones militares en las que había participado, en las cuales ''subversivos’' habían sido torturados o asesinados. A menudo, las discusiones terminaban con él ''azotando su pistola sobre la mesa’'.

Hizo falta una incesante búsqueda por parte de un grupo de derechos humanos, una coincidencia de ADN y casi una década de superar la negación para que Montenegro, de 35 años, se diera cuenta de que Tetzlaff

e; ni el héroe que decía ser.

Más bien, fue el hombre responsable de asesinar a sus verdaderos padres y apropiarse ilegalmente de ella como su propia hija, dijo.

Él le confesó a ella lo que había hecho en el 2000, relató Montenegro. Sin embargo, no fue sino hasta que ella testificó en un jui

cio aquí, efectuado esta primavera, que finalmente aceptó su pasado, deshaciéndose de una vez por todas del nombre que Tetzlaff y su esposa le habían dado – María Sol – después de falsificar su registro de nacimiento.

El juicio, que está en la fase final de oír testimonios, podría terminar siendo por vez primera que los altos líderes del ejército participaron en un plan sistemático enfocado a robar bebés de quienes percibían como enemigos

del gobierno.

Jorge Rafael Videla, quien encabezó a la fuerzas armadas durante la dictadura de Argentina, enfrenta acusaciones por haber encabezado el esfuerzo de quitarle bebés a madres en centros clandestinos para detenidos y dárselos a oficiales militares o de seguridad, o incluso a terceros, con la condición de que los nuevos padres ocultaran las verdaderas identidades. Videla es uno de 11 oficiales en juicio por 35 ac

tos de apropiación ilegal de menores.

Un aspecto igualmente desgarrador es que el juicio está sacando a la luz la participación de complicidad de civiles, incluidos jueces e integrantes de la Iglesia Católica de Argentina.

El secuestro de 500 bebés,

con base en estimados, fue uno de los capítulos más traumáticos de la dictadura militar que gobernó Argentina de 1976 a 1983. El frenético esfuerzo de madres y abuelas por localizar a sus niños perdidos nunca ha cedido. Fue el único punto por el cual presidentes civiles elegidos después de 1983 no excu

saron a las fuerzas armadas, incluso al tiempo que se otorgaba una amnistía para otros crímenes de la ''guerra sucia’'.

''Incluso los muchos argentinos que consideraban que la amnistía era un mal necesario se mostraron reacios a perdonar a los militares por esto’', destacó José Miguel Vivanco, el director de Human Rights Watch

Américas.

En América Latina, los hurtos de bebés fueron mayormente una característica única de la dictadura argentina, destacó Vivanco. No existió un esfuerzo igual en la dictadura de 17 años del vecino Chile. Una notable diferencia fue la participación de la iglesia católica. En Argentina, la iglesia apoyó mayorm

ente al gobierno militar, en tanto en Chile lo enfrentó al gobierno del General Augusto Pinochet y buscó exponer sus crímenes en contra de los derechos humanos, notó Vivanco.

Sacerdotes y obispos en Argentina justificaron su apoyo al gobierno fundamentándose en inquietudes de segur

idad nacional, en tanto defendieron el secuestro de bebés como una forma de garantizar que no fueran ''contaminados’' por enemigos de izquierda de los militares, dijo Adolfo Pérez Esquivel, defensor de los derechos humanos laureado con el Nobel, quien ha investigado docenas de desapariciones y testificó en el juicio el mes pasado.

La iglesia trabajó ''en c

omplicidad con sectores del Vaticano’' para ocultarle información al papa sobre el robo de menores, testificó.

Montenegro arguyó: ''Ellos pensaban que estaban haciendo algo cristiano al bautizarnos y darnos la oportunidad de ser personas mejores que nuestros padres. Pensaban y sentían que estaban salvando nuestras vidas’'.

Funcionarios eclesiásticos en Argentina y el Vaticano se negaron a responder a preguntas sobre su conocimiento o involucram

iento en las adopciones encubiertas.

Durante muchos años, la búsqueda de los niños desaparecidos fue mayormente fútil. Sin embargo, eso ha cambiado en la última década gracias al mayor respaldo del gobierno, avanzada tecnología forense y un creciente banco de datos genético de años de pruebas para reunir familias. La persona que recuperó su verdadera identidad más recientemente, Laura Reinhold Siver, elevó el n

úmero total de recuperaciones a 105, en agosto.

De cualquier forma, el proceso de aceptar la verdad puede ser largo y tortuoso.

Durante varios años, Montenegro rechazó esfuerzos de oficiales y activistas por descubrir su verdadera identidad. Desd

e que era muy joven, recibió una ''educación firmemente ideológica’' de Tetzlaff, oficial del ejército en un centro secreto para detenidos.

Si ella recogía un volante de izquierdistas en la calle, ''él se sentaba conmigo por horas para decirme lo que los subversiv

os le habían hecho a la Argentina’', dijo.

Él la llevó consigo a un centro para detenidos donde pasó horas discutiendo operaciones militares con otros oficiales, ''cómo habían matado gente, cómo los habían torturado’', relató.

''Crecí pensando que había

habido una guerra en Argentina, y que nuestros soldados habían ido a la guerra para garantizar la democracia’', dijo. ''Y que no había personas desaparecidas, que todo eso era mentira’'.

Contó también que él no le permitía ver películas sobre la ''guerra sucia’', incluida ''La historia oficial’', el filme de 1985 sobre una pareja de clase media que cría un niño arrebatado a una familia que desapareció.

En 1992, cuando ella te

''Yo seguía estando convencida de que todo era una mentira’', destacó.

Para el 2000, Montenegro seguía creyendo que su misión era mantener a Tetzlaff fuera de prisión. Sin embargo, cedió y

ofreció una muestra de ADN. Después, un juez le dio la sobrecogedora noticia: la prueba confirmaba que ella era la hija biológica de Hilda y Roque Montenegro, quienes habían estado activos en la resistencia. Se enteró que de ella y la familia Montenegro había sido secuestrada cuando tenía 13 días de nacida.

Mientras comían en un restaurante, contó, Tetzlaff le confesó a Montenegro y su marido: él había encabezado la o

peración en la cual los Montenegro fueron torturados y asesinados; y se la había llevado a ella en mayo de 1976, cuando tenía 4 meses de edad.

''No soporto decir nada más’', dijo, abrumada ante el recuerdo de esa comida.

Un tribunal condenó a Tetzlaff en 2001 por haberse apropiado ilegalmente de Montenegro. Fue a prisión, en tanto Montenegro, aún creyendo que sus acciones durante la dictadura habían estado justificadas, lo visitaba cada semana y le llevaba comida. Lo vio con regularidad hasta su muerte, en 2003.

Lentamente, ella llegó a conocer a la familia de sus padres biológicos. Integrantes del grupo por los derechos humanos que ha impulsado el tema de los niños robados durante varios años, Abuelas de la Plaza de M

ayo, le ofrecieron asesoría.

''Esto fue un proceso; no fue un momento o un día cuando borras todo y empiezas de nuevo’', dijo, agregando: ''no eres una máquina que puede ser reiniciada y reprogramada’'.

Recayó en ella decirles a sus tres hijos varones que Tetzlaff no era el hombre que ellos creían, pese a lo que él había dicho.

''Él les dijo que su abuelo hab

ía sido un valiente soldado, y yo tuve que decirles que su abuelo era un asesino’', refirió.

Superó lo peor el 25 de abril, cuando testificó en el juicio. Por primera vez, ella usó su nombre original, Victoria. ''Fue en verdad liberador’', destacó.

Incluso actualmente, dice, no odia a los Tetzlaff.

Sin embargo, ''el corazón no

te secuestra, no te oculta,

no te lastima, no te mie

', dijo. ''El amor es algo más’'.