AMAR LO QUE HACEMOS

“Los dioses habían condenado a Sísifo a hacer rodar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con alguna razón que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza”
(El mito de Sísifo, Albert Camus)

Ganarse el pan con el sudor de nuestra frente es una enseñanza básica del mundo occidental. Trabajar como sinónimo de castigo por pecar y haber perdido el paraíso original de nuestros primeros padres, puede convertirse en maldición sin escapatoria.

La cultura del esfuerzo entre los adolescentes y jóvenes adultos está a la baja, dicen muchos padres decepcionados. Las nuevas generaciones no saben lo que es ganarse las cosas ni esforzarse por ellas. Quieren todo sin dar nada a cambio. Viven frente a una computadora y piensan que pueden lograr lo que quieran desde allí, sin tener que despeinarse ni un poquito.

Todos los días escuchamos noticias sobre los millones de desempleados en España. Los millones de jóvenes que cuando terminen sus estudios, no tendrán un lugar en el mercado laboral. Pero también escuchamos que muchos adultos en sus veintes y con carreras casi terminadas, siguen dependiendo económicamente de los padres, a pesar de que podrían salir a buscar su independencia, si no con holgura, sí con dignidad.
La acumulación injusta de riqueza en un país como el nuestro en el que vive el hombre más rico del mundo y decenas de millones de pobres, desilusiona al más optimista. Los movimientos magisteriales que luchan por permanecer en la mediocridad y por conservar sus plazas por toda la eternidad, hablan muy mal de nuestra cultura de trabajo.
La movilidad social de la que disfrutaron otras generaciones, hoy es una utopía. Ningún plan académico garantiza ya un trabajo digno y dignamente remunerado.

En este contexto hay que agregar que, pese a todo, el trabajo es y seguirá siendo una de las dos esferas relacionales centrales en la vida humana. Uno de los ambientes, junto con el de la pareja y la familia, en el que un ser humano encuentra – o podría encontrar – reto, realización, identidad y orgullo.
Si creemos que tan solo trabajamos por el sueldo que recibimos haremos nuestro trabajo mediocremente. Esa es la gran tragedia de los países pobres porque cuando hay hambre, el único motor para trabajar es la sobrevivencia. Pero en condiciones económicas más o menos estables, a los humanos no nos alcanza con el trabajo remunerado. Para ser felices trabajando, necesitamos amar lo que hacemos. Necesitamos sentir una pasión profunda por eso que llamamos vocación.
El amor a lo que hacemos está relacionado con una serie de variables. Las más importantes son el reto y la lucha que nos representa. Un trabajo que no nos cueste trabajo, que sea simple y carente de exigencias, se vuelve tedioso y poco interesante.
El reconocimiento de lo que hacemos es otra motivación para convertir al trabajo en una actividad significativa. Esto es especialmente cierto para quienes trabajan como empleados. Sentirse ignorado o sentir que el trabajo realizado no es importante ni es valorado por alguien, genera desmotivación. La gente es capaz de ser mucho más productiva y mucho más feliz en su trabajo, con el simple reconocimiento de su esfuerzo y de lo que su presencia aporta a un proyecto colectivo.

Quizá nos convendría detenernos un poco para pensar cómo evaluamos el trabajo que estamos haciendo. Podríamos distinguir entre nuestro grado de eficiencia – que es muy importante – y el grado de significado que tiene lo que hacemos para nuestra vida en general.
Aunque sea un lugar común, es cierto que aquello que nos requiere esfuerzo, dedicación, atención, reto y tiempo, tiene mucho más valor para nosotros. Basta con pensar en algunos ejemplos sencillos: cocinar en microondas contra la preparación dedicada de un platillo familiar; educar a un hijo contra transferir su formación a alguien más; hornear un pastel desde cero contra comprarlo de cajita y solamente añadirle agua.
Aquello que nos ha costado trabajo y en lo que hemos puesto todas nuestras capacidades, genera felicidad.
Por eso hacer bien lo que hacemos es importante. En el nivel personal de realización pero también en el marco de lo social.
Hay algunos países que nos causan admiración por lo bien que todos hacen su trabajo. Desde los policías, hasta los burócratas, pasando por los maestros y los choferes de autobús. La grandeza de un país está construida por individualidades que aman lo que hacen y que hacen lo que deben con la mayor calidad posible. Si esperamos a que lleguen las condiciones económicas y de justicia social en un país como México, quizá se nos vaya la vida en ello. Cada quien tiene una responsabilidad intransferible de buscar hacer lo que ama, prepararse para hacerlo de la mejor forma, estar dispuesto a competir y a luchar por lo que quiere, y perseverar en la misión de hacer del trabajo una actividad estimulante y significativa, que mientras mejor y con más cariño se hace, más bienestar produce.

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