DESCANSA, MI QUERIDO CHARRO NEGRO...


En mis días más tristes leer tu columna era un alivio. Me daba cuenta que nada podía ser tan grave y que por lo menos conservaba mi sentido del humor, alimentado por tu gran ingenio. Siempre te admiré. Un buen día me enteré cómo fue que inició tu genial manera de narrar. No fue para un periódico, no fue para un programa de radio. Fue para tu querido hermano Ángel y por él nombraste tu famosa columna en el Reforma. Casi nadie lo sabe, pero tu cariño y cuidados hacia él, el tiempo que le dedicabas y tu manera de ponerlo al día de tu vida y del acontecer nacional fue lo que, tiempo después, te haría famoso en todo nuestro país. Me contaste que Ángel te tomaba de la mano cuando escuchaba tus anécdotas de la universidad y de cuando trabajaste en un hotel y que cuando él iba perdiendo la atención soltaba tu mano; entonces fue que decidiste meterle humor a tus relatos para mantenerlo entretenido.

¡Qué generosidad la tuya, querido Germán! Procurar que tu hermano viviera a través de ti lo que él por su propio pie no podía conocer. ¡Qué generosidad la tuya, Germán!, al permitirnos compartir tu vida a través de tu columna. Todos los que te leímos conocimos al bucles, a la Hillary y a toda tu gente y disfrutamos de tus desayunos, de tus dietas, de tus enojos, de tu día a día y así hiciste más amable el nuestro en un país tan caótico, tan surrealista y donde muchas veces estamos “uptudimoder”, como bien decías.

Gracias por tus dichos, gracias por decir lo que muchos queríamos decir. Gracias por hacernos los días tan amables, por tu ingenio y por tu agudeza. Te vamos a extrañar mucho, Germán. Descansa en paz. Seguramente ya estás con Ángel.

Me gustaba tu sentido del humor y aunque de pronto pecabas de políticamente correcto, tus ocurrencias eran más bien traviesas e irreverentes, algo que siempre se agradece.

Tu muerte parece demasiado prematura. Sólo tenías 66 años de edad y un enorme afán por seguir viviendo, lo cual hace más dolorosa tu partida. Dentro de todos los males, el cáncer que terminó por llevarte no fue tan agresivo y según me entero, no padeciste grandes dolores y falleciste con cierta paz, en tu sillón favorito, rodeado por tus seres queridos.

La muerte de Dehesa se suma a la de Carlos Monsiváis, dos escritores y agudos observadores de la realidad nacional, quienes con estilos distintos tuvieron como denominador común su ironía y su manejo del lenguaje. Ambos fueron también figuras públicas de marcada popularidad, algo poco usual para los intelectuales.

Sin embargo, Dehesa fue más abierto en su crítica a los políticos mexicanos y su prosa en ese sentido tenía una gracia de la que carecía Monsiváis, más dado al fárrago escritural, a la complicación sintáctica y a la parcialidad partidista.

Mi mayor identificación con don Germán, sin embargo, va por el lado futbolero de las cosas: su amor por los Pumas de la Universidad es algo que comparto por completo.

Dicen los amantes de las frases hechas que Germán Dehesa nos va a hacer mucha falta. Yo creo que la gente buena, crítica y con humor siempre hace falta y que es lamentable que se vaya tan pronto. De hecho, me habría encantado leer lo que hubiese escrito sobre la presunta censura de TV Azteca al programa Shalalá en el que iba a aparecer Andrés Manuel López Obrador (quien alguna vez pidió a los suyos que no leyeran a Dehesa). Posiblemente hubiera dicho algo así como: “Anden, brutos, pónganle más alas al Peje”.

Buen viaje, Germán (dice Denisse).

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