ADIOS

Una de las despedidas más valientes es esa en la que todavía hay amor, pero ya no hay paz. Cuando sabes que los sentimientos siguen ahí, pero la relación te resta más de lo que te aporta. No es fácil soltar a quien amas, pero duele más quedarse donde ya no floreces.


A veces, irse no es falta de cariño, es respeto por uno mismo. Es decir: “te quiero, pero no a costa de mi estabilidad, de mi calma, de mi dignidad”. Porque no todo lo que se ama se debe conservar; hay amores que enseñan, pero también desgastan.


Te das cuenta de que seguir es apagar tu luz poco a poco, perderte en esfuerzos unilaterales, en conversaciones que no cambian nada, en promesas que no se cumplen. Y ahí comprendes que no puedes salvar lo que la otra persona no quiere sostener contigo.


Irse es duro, sí. Pero quedarte puede significar dejarte a ti mismo en último lugar. Por eso, aunque el corazón se rompa, aunque los recuerdos pesen, eliges cerrar el ciclo. Porque mereces una vida donde no tengas que mendigar presencia, afecto ni compromiso.


Y así, con lágrimas y temblores, pero también con amor propio, decides marcharte. No porque no ames, sino porque por fin te amas. Y con esa decisión empieza algo nuevo: tu regreso a ti.

PAREJA

"Cuando elegimos una pareja, elegimos mucho más que una persona."


Elegimos un espejo.

Un estilo de vida.

Un ritmo emocional.

Una manera de amar, de comunicarse, de resolver conflictos.

Una forma de acompañar… o de huir.


Elegimos también las conversaciones que vamos a tener,

el tipo de silencios que vamos a compartir,

la forma en que nos van a mirar cuando estemos rotos,

y cómo vamos a ser sostenidos… o desatendidos.


Amar no es solo sentir.

Es elegir con conciencia quién será testigo de tu intimidad,

quién va a estar cuando no tengas fuerzas,

quién va a crecer contigo y no contra ti.


Porque cuando eliges pareja,

eliges también la calidad de tus días,

el tono emocional de tu hogar,

y el escenario desde donde crecerás o te marchitarás.


No elijas solo desde el deseo.

Elige también desde la calma,

desde lo que se siente como hogar

y no como una tormenta disfrazada de pasión.💛

EL HOMBRE EQUIVOCADO TE DRENARA

El hombre equivocado te drenará mientras lo llama amor.

Te verá cargar con todo sobre tus hombros… emocionalmente, mentalmente, financieramente… y aplaudirá tu fortaleza, sin darse cuenta de que él es la razón por la que tienes que ser tan fuerte en primer lugar.

Te dejará luchar sola, enfrentar la vida por tu cuenta, y aun así esperará de ti lealtad, dulzura y paz... de una mujer que ha dejado en modo supervivencia.


Pero el hombre correcto… ah, ese es otro cuento.

El hombre correcto ve tu fuerza, pero no la aprovecha.

La respeta, la honra y la iguala.

Sabe que puedes con todo tú sola, pero no lo permitirá… no porque crea que no puedes, sino porque se niega a dejarte cargarlo todo sola cuando se supone que debe ser tu compañero.


Mira, los hombres de verdad saben que una relación no es una prueba para ver cuánto puede soportar una mujer.

Es una unión donde ambos prosperan, no solo sobreviven.

Un hombre real no se sienta a ver cómo su mujer lidera, se protege y se sostiene sola, mientras él solo disfruta de su lealtad.

No… un hombre real marca el ritmo, lidera con integridad, crea un espacio seguro y está presente con constancia.

No solo con palabras, sino con acciones.


Porque no importa cuán independiente sea una mujer, cuán fuerte se haya vuelto o cuánto haya aprendido a depender de sí misma…

toda mujer quiere sentirse segura. Toda mujer quiere exhalar.

Y no puede hacerlo al lado de un hombre que constantemente le demuestra que está mejor sola.


Así que, caballeros, si quieren que una mujer sea suave con ustedes… denle seguridad.

Si quieren que los siga… asegúrense de estar realmente liderando.

Si quieren que se apoye en ustedes… sean lo suficientemente fuertes para sostener ese peso.

Porque el amor no se demuestra por cuánto puede cargar ella…

se demuestra por cuánto estás dispuesto a cargar tú con ella.

IDEAS EQUIVOCADAS DEL MATRIMONIO


“El matrimonio no destruye a una mujer… sino actitudes como la codependencia, la fusión sin límites o la baja autoestima.” 💔➡️🌱


1️⃣ Codependencia

No es amar, es sobrevivir.

Cuando dedicas tu vida a “salvar” a alguien que no quiere ser rescatado, desapareces.

La codependencia no es noble: te convierte en la enfermera constante, la remedio ambulante… y te roba tu luz.


2️⃣ Fusión sin límites

Ponerse al servicio de un bebé, una persona enferma, una familia… se convierte en heroísmo cuando es temporal.

Pero cuando se eterniza, pierdes tu “yo”.

Adultos independientes se vuelven dependientes eternos; y tú, la cuidadora, terminas en el olvido.


3️⃣ Autoestima baja

¿Haces todo para complacer? ¿Buscas amor en la aprobación ajena?

Tu valor no depende de tu rol, ni de tu imagen.

Una mujer segura no se borra por mantener la paz. Se pone de pie… y exige respeto.


Es un error culpar al matrimonio.

El verdadero enemigo es la falta de límites, la pérdida del “yo” y la voz rota.

Porque solo cuando tú te sientes completa… puedes amar sin morir en el proceso.


🌸 Que nuestras hijas crezcan aprendiendo a amar sin desaparecer.

Que se enseñen a cuidarse, a decir “no”, a pedir ayuda, y a sostener sus sueños.


Porque una mujer que se ama, que se respeta, no se deja destruir…

y construye relaciones donde ambas partes florecen. ✨



Y UN DIA, ALGUIEN ME PIDIO UE VOLARA...

Cuando Celina cumplió catorce años, no recibió fiesta ni regalo, sino una sentencia: su padre la entregó en matrimonio a Don Aurelio, un hombre viudo, ganadero y veinte años mayor, a cambio de seis vacas lecheras y un molino viejo.


—Así es la vida, hija —le dijo su madre, bajando la mirada—. A veces se gana y a veces… se sobrevive.


Y eso hizo Celina: sobrevivir. Soportó noches frías con un hombre que nunca la miró a los ojos, solo al cuerpo. Aprendió a ser madre cuando aún jugaba con muñecas. A los veinte años ya tenía cuatro hijos y el corazón hecho añicos. Había olvidado cómo se reía. Cómo se respiraba sin miedo.


Vivía en un rancho alejado del pueblo, entre vacas, estiércol y rutinas que la encadenaban. Pero una mañana, mientras barría el patio, un forastero llegó preguntando por trabajo. Era alto, moreno, con manos grandes y una voz serena. Se llamaba Matías.


Don Aurelio lo contrató como jornalero. Al principio, Celina lo evitaba. No quería problemas. Pero él era distinto. Saludaba a todos por igual, incluso a los niños. Les contaba cuentos mientras ayudaba a cargar cubetas. No se atrevía a mirarla más de lo necesario, pero cuando lo hacía, sus ojos no decían “te deseo”, sino “te entiendo”.


Un día, uno de sus hijos enfermó de gravedad. Don Aurelio, borracho, le gritó que no lo llevaría al médico porque era “una pérdida de dinero”. Celina, desesperada, decidió salir corriendo con el niño en brazos. Fue Matías quien la ayudó. Sin preguntar nada, tomó su caballo y la llevó al pueblo más cercano.


Esa noche, cuando el niño ya dormía, ella le dijo:


—¿Por qué haces esto?


—Porque no mereces vivir con miedo —respondió él.


Semanas después, Don Aurelio enfermó del corazón. Nadie lloró cuando lo enterraron. Fue un silencio largo, liberador. Celina se quedó sola con sus hijos y con la incertidumbre de qué hacer con su vida.


Matías no se fue. Pero tampoco se aprovechó. Siguió trabajando y cuidándolos como si fueran suyos. Un día, al caer la tarde, le dijo:


—No quiero que me pertenezcas. Quiero caminar a tu lado, si tú quieres.


Celina lo miró y por primera vez en años, no sintió culpa por desear algo distinto.


—¿Y si tengo miedo? —preguntó ella.


—Entonces caminamos lento. A tu ritmo. Pero sin cadenas.


A partir de entonces, comenzaron una nueva vida. Abrieron un pequeño negocio de productos lácteos con lo poco que tenían. Ella aprendió a hacer quesos, él vendía en el mercado. Entre risas, leche tibia y amaneceres sin gritos, construyeron algo que Celina no conocía: paz.


Años después, Celina abrió un refugio para mujeres del campo. Les enseñaba oficios y les contaba su historia. Les decía con voz firme:


—A mí me cambiaron por vacas. Me usaron, me callaron, me encerraron. Pero un día… alguien no me pidió que me quedara. Me pidió que volara. Y desde entonces, no me bajo del cielo.


Y como decía su abuela:

“Más vale volar con alas rotas, que caminar eternamente en jaulas doradas.”


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© Blanca Alicia Vasquez Casanova. Todos los derechos reservados.

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