No con rabia, no con rencor.

Te suelto con la misma ternura con la que una hoja cae del árbol cuando ya cumplió su ciclo.

Fuiste presencia, deseo, ilusión, incluso promesa.

Pero también fuiste silencio cuando más necesitaba profundidad,

evasiva cuando yo me mostraba real.

Y eso, amor, no es equilibrio.

Yo quería un compañero de vida,

y tú fuiste un paréntesis bonito,

pero no un capítulo entero.

Me enseñaste que mi intensidad no es demasiado,

que mis palabras sinceras no son un exceso,

que mis ganas de conexión no son una carga,

sino un filtro sagrado.

Te agradezco lo que sí diste:

tus sonrisas, tus primeros gestos dulces,

tu forma de mirar sin hablar demasiado.

Pero ya no puedo quedarme esperando que florezca

un jardín donde apenas se riega.

Hoy elijo soltar la expectativa de lo que pudo ser

y abrazo lo que es:

yo, volviendo a mí.

Yo, eligiéndome.

No me voy con las manos vacías.

Me llevo una versión más despierta de mí misma,

más clara, más sabia, más fuerte.

Y desde aquí, me prometo lo que te pedí:

presencia, amor profundo y verdad.

Te suelto para volver a mí.